miércoles, 12 de mayo de 2010

DEMASIADO TARDE

Luego de un día agotador de trabajo en pleno invierno y de hacer planes para poder concretar el viejo sueño familiar de ir a conocer el mar el verano siguiente, el hombre de la casa tomó una ducha caliente y reparadora como pocas. Al salir del baño se dirigió a colgar su ropa interior en la soga del patio de la casa. El siempre acostumbraba, desde su época de soltero, a lavar sus propios calzoncillos y calcetines.
Miró al cielo tratando de adivinar las posibilidades de lluvias nocturnas, pronosticó en su mente clima seco y acto seguido encendió el vigésimo cigarrillo del día. Lo fumó mientras acariciaba a un gato capón que tenían como mascota, arrojó la colilla a una maceta con un poco de agua estancada para apagarla y volvió dentro de la casa para cenar.
Allí lo esperaban sus dos pequeños hijos y su mujer con unos ñoquis caseros con salsa mixta deliciosos. Dialogaron, se contaron sus días, rieron con los chicos y bebieron una botella de vino. Eran felices, y se sentian de la misma manera.
Besó a cada uno de los chicos en la cabeza y a su mujer en la mejilla. Tomó su copa con el ultimo resto del elixir tinto y caminó unos pasos hasta alcanzar su banqueta preferida donde se sentaba y meditaba. Buscó su infaltable compañero en el bolsillo de su camisa, lo prendió, le dió una pitada soberbia, y al tiempo que expulsaba bocanadas de humo tal como un Dragón del infierno pensaba una vez más: "tengo que dejar de fumar, si no es por mi al menos lo tengo que hacer por la gente que quiero y que me quiere".
Demasiado tarde, su fiel compañero no había sido tan fiel y ya había consumido prácticamente toda su vida. En el verano, una familia incompleta conoció el mar.

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