viernes, 15 de enero de 2010

PASTELITOS

Tuvo una infancia distinta. Mientras el resto de los chicos, una vez llegados de la escuela y de haber realizado la tarea, jugaban a ser niños; él colgaba su guardapolvo blanco, si había que comer lo hacía y salía con su canasta de mimbre repleta de pastelitos que su madre había terminado de fritar. Mitad de membrillo, mitad de batata; y había que venderlos a todos. De lunes a lunes.
A la fuerza trocó potreros, bolitas, trompos y caídas en bicicletas por recorrer andenes de estaciones de colectivos, surcar vagones de trenes, gritar bien fuerte: pastelitos !!! y aprender a dar el vuelto sin equivocarse.
Su único juguete era alguna piedra encontrada en el camino de vuelta a casa, ya entrada la noche, que pateaba una y otra vez y por momentos le hacía olvidar el dolor de las ampollas en los pies después de tanto andar para ayudar en la economía familiar.
A duras penas terminó la escuela; lo que nunca pudo terminar fué de entender porque él jamás pudo ser un niño como los demás.

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