miércoles, 5 de septiembre de 2012

VERANO REDONDO COMO ANILLO

El sol golpeaba como un látigo remendado. La playa se veía solitaria y el mar invitaba a besarlo de cuerpo entero. Lentamente se quitó la ropa y, desnuda cual Eva al minuto de ser creada, caminó unos metros y cuando el agua le daba a la cintura se largó a nadar. Una, dos, tres brazadas cuando de repente la punta de sus dedos toca un cuerpo extraño. Detiene su marcha pensando que se trataba de una madera o una rama de un árbol. Estira sus pies para verificar que hacia pie, lo hace y comienza a buscar que es lo que era aquello que había acariciado. El reflejo del sol en el agua le dificultaba la visión, hasta que de repente una ola arrastra lo que buscaba y lo golpea en la cara. Por el instinto estira sus manos y lo toma antes de que vuelva a caer al mar: abre sus ojos y ve que lo que estaba sosteniendo era un brazo humano íntegro desde el hombro hasta cada uno de sus cinco dedos. Por los pelos era el brazo de un hombre. Del tremendo susto por lo que estaba viendo pasó a la emoción cuando comprobó que salvo en el pulgar, los otros cuatro dedos lucían unos tremendos anillos de oro, diamantes, rubíes y esmeraldas. Sin soltar el brazo de vaya a saber quien, lo llevó hacia la costa y lo envolvió en su toalla. Caminó sonriente hasta la humilde casita que había alquilado ese verano y con un cuchillo cortó cada uno de los dedos para poder extraer los anillos ya que estaban muy hinchados por el sol y el agua. Con el producido de tres de los mismos se compró la mejor mansión frente a la playa, todas la tardes se sentaba en el balcón y mientras miraba el mar con una de sus manos hacia girar el cuarto anillo de la otra.




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