Sábado caluroso en noche de verano. Como siempre, la barra de amigos de toda la vida se juntaron a comer y a beber. Los envases vacíos de vino y cerveza se amontonaron por doquier al lado de la mesa y fueron testigos una vez mas de charlas, chistes y anécdotas.
Entrada la madrugada, también como siempre, se dirigieron al baile en busca del querer de una dama y de mas alcohol. Estaban bebiendo en ronda cuando uno de ellos observa una mujer que le aceleró el corazón: rubia, curvas intempestivas, pulposidad explosiva y se movía al compás de la música como una leona seduciendo a su león.
Sin darse cuenta cómo, a los segundos estaba hablando y bailando con esa escultura. Su perfume lo embriagaba más que el alcohol ingerido en la noche. Le prometió fidelidad infinita, amor eterno y hasta comprar una isla desierta para vivir solamente ellos dos. Mordió y comió de sus labios con fruición. Intentó dormir esa noche con ella, pero sus intentos fracasaron una y otra vez.
Sin embargo si tuvo éxito al conseguir una cita para el día siguiente. Se encontraron en el lugar de los amantes, el faro que custodia el río que abraza a la ciudad.
Cuando el muchacho llegó ella ya estaba, de espaldas a la calle y con la mirada en el río. El posó la mano sobre su hombro porque no recordaba su nombre y cuando la blonda dama viró sobre sus pasos sus ojos no acreditaban lo que estaban observando.
Pelo sucio y desprolijo, cuerpo sudado y regordeto, y la cara poceada era una mezcla de Marte con la Luna. Es muy pero muy difícil hallar una mujer fea, pero esta lo era mas que la fealdad misma.
De todos modos hizo lo que debía hacer y se comportó como un caballero. Tragó saliva, la saludó afectuosamente con un beso y quedó conversando con ella. Le explicó, mintiendo piadosamente, que se sentía mal porque debía irse a vivir a cientos de kilómetros de distancia; mientras al mismo tiempo pensaba como podía ser que el alcohol tergiverse tanto los sentidos y las sensaciones.
Eso si, antes de no volver a verla nunca mas comió nuevamente esos labios. De ese hombre se podrán hablar muchas cosas, pero jamas que no fue un caballero con las damas a lo largo de su vida; de noche y de día.
Sin darse cuenta cómo, a los segundos estaba hablando y bailando con esa escultura. Su perfume lo embriagaba más que el alcohol ingerido en la noche. Le prometió fidelidad infinita, amor eterno y hasta comprar una isla desierta para vivir solamente ellos dos. Mordió y comió de sus labios con fruición. Intentó dormir esa noche con ella, pero sus intentos fracasaron una y otra vez.
Sin embargo si tuvo éxito al conseguir una cita para el día siguiente. Se encontraron en el lugar de los amantes, el faro que custodia el río que abraza a la ciudad.
Cuando el muchacho llegó ella ya estaba, de espaldas a la calle y con la mirada en el río. El posó la mano sobre su hombro porque no recordaba su nombre y cuando la blonda dama viró sobre sus pasos sus ojos no acreditaban lo que estaban observando.
Pelo sucio y desprolijo, cuerpo sudado y regordeto, y la cara poceada era una mezcla de Marte con la Luna. Es muy pero muy difícil hallar una mujer fea, pero esta lo era mas que la fealdad misma.
De todos modos hizo lo que debía hacer y se comportó como un caballero. Tragó saliva, la saludó afectuosamente con un beso y quedó conversando con ella. Le explicó, mintiendo piadosamente, que se sentía mal porque debía irse a vivir a cientos de kilómetros de distancia; mientras al mismo tiempo pensaba como podía ser que el alcohol tergiverse tanto los sentidos y las sensaciones.
Eso si, antes de no volver a verla nunca mas comió nuevamente esos labios. De ese hombre se podrán hablar muchas cosas, pero jamas que no fue un caballero con las damas a lo largo de su vida; de noche y de día.
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